Exposición: Fugas de Jorge Moreno Andrés y Julián López García.
Mirando fotografías de lectores, uno siempre aprende algo sobre la lectura. Eso mismo parecieran sugerir las imágenes tomadas por el fotógrafo André Kerstész (18941985) hace más de cincuenta años. La infinidad de personas absortas en libros o periódicos que el artista húngaro capturó por las calles de Nueva York, París o Budapest nos hablan no tanto de una obsesión por fotografiar lectores como de una comprensión profunda sobre lo que ocurre durante la lectura. Esas fotografías permiten captar algo que habitualmente se pierde en las figuraciones abstractas del lector. Eso que la imagen restituye es precisamente la singularidad del rostro, el gesto y la relación con un contexto: parques, escaleras, playas, vagones o azoteas. Nos permite comprender la magia de un diálogo con tres actores: el lector, el dispositivo de lectura y su contexto. Es que quizá solo con imágenes podemos intuir, aunque sea de manera impresionista, qué significa leer. De manera similar a aquellas fotografías donde la mirada, la corporalidad o la arquitectura que envuelven al lector ocupan el primer plano de las imágenes, este ensayo visual que aquí presentamos sitúa en el centro de la fotografía aquello que rodea y vertebra el tiempo de la lectura. La atmósfera de lectura, podríamos decir. Este es un ensayo sobre nuevas atmósferas de lectura. Las escenas que muestran las fotografías no han sido construidas, posadas o planeadas por nosotros. No son actores los que aparecen.
Nuestra labor ha sido la del encuentro en calles, parques, rincones, vagones o avenidas. Unas veces con la impronta de un buscador de tesoros o cazador de abstracciones, en otras ocasiones encontrando a los lectores de manera sorpresiva. En algunos casos, fue ver el cansancio de un hombre leyendo lo que nos hizo aguardar un tiempo prudencial antes de abrir el obturador. Estas particularidades del encuentro entre fotógrafo y lector, oscilando entre el voyeur y el cómplice, buscan constantemente captar escenas donde el lector y el contexto sean los elementos que den sentido a la imagen. Estamos, por tanto, ante un trabajo de búsqueda, discernimiento y encuadre cuya intencionalidad reside en que la escena sea legible por sí misma. Y es que no sabemos nada acerca de esos lectores, más que sus gestos y poses. Ni lo que leen, ni lo que sienten, ni lo que piensan; podemos intuirlo, pero lo que nos importa sobre todo es la escena… El sentido de la fotografía, «la razón de la fotografía», como señalaba Kerstész, está en otro lugar. Precisamente en todo lo que conforma el encuadre. La escena, en esta clase de fotografías, impide cualquier tipo de vinculación con naturalezas muertas, transmitiendo el sentido de la relación emocional que se produce entre un lector y lo que está leyendo.
Un lector fotografiado muestra así, por consiguiente, su particular rostro en el escenario donde está ubicado y su sentido en el juego de correspondencias que conforman la imagen. Esos son los recursos que tiene el espectador y dotan a la imagen de ambigüedad y de evidencia en igual medida. La incapacidad de la fotografía para narrar un suceso concreto posibilita, por el contrario, la transmisión precisa de sensaciones e ideas surgidas de esa apariencia. Cuando mostramos a una mujer en el metro, sosteniendo con una pierna y una mano el carro de unos niños que discuten, mientras con la otra mano sujeta una hoja que lee intensamente, lo que el espectador percibe, entre otras muchas cosas, es precisamente el gesto de abstracción de la lectora en contraste con el bullicio y el movimiento. Nada sabemos de ella, salvo su gesto ensimismado ante el papel, una mirada volátil en medio del ruido que la rodea. Un gesto que bien podríamos encontrar en cualquier otra persona entregada a la lectura. Desde luego, esta fotografía retrata a las claras lo más sustancial de la relación profunda entre el lector y lo que lee: la potencialidad de abstracción, de evasión… Están en una cápsula, es una escena siempre repetida dentro de mil escenarios diferentes. Se sugiere que esa relación es similar a la que se da entre amantes: absortos, fuera del mundo; cuando se besan o se miran, lo de alrededor parece dejar de existir.
En el fondo, estas fotografías que presentamos son fotografías de amantes. Destacar la pluralidad de escenarios que acogen la burbuja de esa relación diádica es fundamental, pues ayuda a entender la diversidad dentro de la unidad; ayuda a desentrañar el vínculo entre emociones, lugares escogidos para la interacción (aunque, cuando comienza la relación, parece que se olvidan de dónde están) y gestos. La necesidad de transmitir esas sensaciones, esa corporalidad, a partir de lugares y lectores concretos es lo que nos ha ido desplazando a los diferentes escenarios que se recogen en este ensayo. Es así como encontramos el cuerpo de una persona tendida en un parque leyendo, el bostezo de una mujer que lee el periódico en el desayuno o el bullicio del metro envolviendo la abstracción de una lectora como elementos centrales en cada escena. En ese sentido, casi cualquier sitio es bueno para abrir un libro, mirar el móvil, leer recibos y facturas o comprobar cuántos pasos se han caminado y qué ritmo cardiaco ha acompañado el paseo. Pero de la misma forma que los formatos cambian, posibilitando con ello otro tipo de lecturas y movimientos, pareciera que en función del texto uno elige siempre el contexto que le permita una mayor o menor evasión. De esta manera, tenemos lecturas urgentes que se hacen al caminar, buscando la continuidad de lo leído en el constante esquivar gente.
Hay otras lecturas que consiguen hacerse un hueco diariamente entre los viajeros y los horarios de trenes, otras que precisan del ruido de la cafetería para su apertura o las que solo son posibles gracias al silencio rígido de una biblioteca. También están aquellas lecturas cuya urgencia sitúa el tiempo del lector en otro espacio: las supeditadas al rincón agradable en el parque, la playa o la casa, lugares donde poder despegar hacia el interior del texto o donde terminar durmiéndose. En esos momentos, la evasión no busca escaparse del ruidoso bullicio, sino la confortabilidad de un lugar que posibilite comenzar el viaje. El instante captado en todas esas escenas se revela momentáneamente no solo en el cuerpo, sino también en el rostro del lector que aparece apasionado, con la mirada perdida, cansado, asombrado; el instante está retratando su fuga.
En estas fotografías que presentamos hay algo que está y no está, una tensión entre mirada, texto y contexto que tanto nos recuerda aquella habitación de hotel donde Edward Hopper pintara a una mujer sosteniendo dramáticamente una carta que acaba de leer. Si uno se pregunta qué pueden aportar las fotografías de lectores a un estudio sobre la lectura y sus prácticas, su aporte principal es precisamente mostrar esa fuga o tensión entre dos tiempos: el tiempo concreto del lector (estar aquí-y-ahora) y el tiempo de la lectura (estar como en otro lado, más allá). Parte de la belleza que percibimos en ellas surge, precisamente, de ese cortocircuito que se adivina entre ambos tiempos (aquí y ahora-allá y siempre) y que tan solo la fotografía pareciera capaz de captar. Es una paradoja de época: que necesitemos de la imagen para recomponer el sentido de nuestros encuentros con el texto.